Carta del Prelado (enero de 2016)

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Nos llenamos de gozo al rezar en la antífona de entrada de la Misa de hoy: Salve, sancta Parens…; salve, santa Madre de Dios, porque has dado a luz al Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos[1]. Nos causa una enorme alegría confesar nuestra fe en la Maternidad divina de María, raíz de los demás privilegios con los que la Trinidad adornó a Nuestra Señora. Dios la creó inmaculada y la colmó de la gracia, para que también su cuerpo virginal estuviese como predispuesto para engendrar al Hijo de Dios en la carne[2]. ¡Qué maravilla! Bien podemos decir a la Madre de Dios y Madre nuestra: ¡Más que tú, sólo Dios![3].

Comprendemos el entusiasmo de los cristianos de Éfeso, ciudad donde se celebró el Concilio ecuménico que … Continuar leyendo